violinista acompañante y mucho de todo
Superados los primeros pasos como estudiante de violín, la belleza del instrumento me dio la fuerza de continuar y terminar mis estudios musicales. Mi naturaleza inquieta no me permitió nunca plantearme integrar la sinfónica u otra formación clásica pues no me gustaba la idea de estar todos los días encerrada con las mismas personas tocando partituras a las que nunca se les podría cambiar una nota.
Decidí́ lanzarme como violinista a explorar otros escenarios. Mis primeras oportunidades surgieron de la mano de la Trova. Trabajé como violinista acompañante con diferentes trovadores. Así empecé a crear mis primeras melodías. Adornaban canciones ajenas, pero lo que sonaba venía de mí.
Paralelamente había aprendido a tocar guitarra de forma autodidacta y desde los catorce volcaba todas mis tormentas hormonales y dolores existenciales en metáforas y acordes.
Tuve conciencia muy pronto de la dimensión terapéutica de unir pensamientos y música. Me acompañaban mis creaciones de una manera muy profunda y siempre sentía que algo se resolvía, se exorcizaba por el simple hecho de cantarlo o tocarlo (en el caso de los instrumentales).